sábado, 8 de noviembre de 2014

Septiembre.

Escribir es demasiado duro, no me fuerces a escribir.
En su lugar caligrafío palabras: manta, persiana, mirada: las tres bajan a la hora de la siesta. 
Te dejé como pediste, en una ciudad de juguete, abrazando a tu melancolía, esta vez dulce y falta de mendigos argumentos. ¿No es eso amar? Comprender tu enojo, tu cubierta prisionera sin rescatarte. 
El cielo es un espejo empañado; el viento, un ruido mudo; te dejan en una aventura mientras aliso mi cabello para un largo infierno. 
Si odiabas mis palabras, y las razones equivocadas, porqué pedirme que escriba, ahora que ya no estás. Tal vez no tú, tal vez sólo fui yo. Me inclino sobre mi, dejando de lado lo asqueroso que es mi orgullo (otra derrota, todo por amor) buscando algo que pueda indicarme dónde estás, aunque sólo quiero marcharme de ahí, y dejar de esperar más, irme lejos: pensando que lejos es dónde no estás, sin darme cuenta de que dónde realmente estás es en mi y no te irás hasta que yo lo decida; he aquí el susurro del mundo. Algo de lo que me fuera destinado. Una y esa ciudad de tinta y torres que tú excluías, la ciudad dónde hallaba tu silencio y algunos de tus amores.
Apostaré que te preguntabas que buscaba: eso ni yo lo sé. Solías vestirme de un terciopelo vino tinto, y a la vez solías desnudarme para estar juntos, soñando y despertando: todo dejaba de ser perfecto para ser real. 
El cielo es un espejo empañado; el viento, un ruido mudo; te dejan en una aventura mientras aliso mi cabello para un largo infierno.
La eternidad es un tintero que no se volca, y mis letras intentan encontrarte, con una suave melodía, jugando entre mi corazón.

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